viernes, 3 de agosto de 2018

BAÑO DE SANGRE VOL. XL: “NIGHT OF THE DEMONS”


Desde pequeño he sentido una atracción irresistible por Halloween, o por lo menos por esa imagen de la noche de difuntos que transmitían todas las series, principalmente animadas, que veía mientras crecía en los confortables 90s. Me fascinaba la idea de disfrazarse, de que todo lo invadieran monstruos, fantasmas, zombies… el trick or treat, las manzanas de caramelo, las Jack-o-lanterns… ¡Cualquier niño querría eso una vez al año! Pero no, aquí teníamos que conformarnos con panellets, castañas y boniatos.



Ya más crecidito, lo que me atraía de Halloween eran cosas distintas. Claro que también las referencias eran algo distintas… Esas fiestas de instituto, con todo el personal disfrazado, saboteando el ponche y escuchando bandas de punk rock (¿Qué 90’s kid no recuerda esa mítica escena de Offspring en la fiesta de El Diablo Metió la Mano?) me daban una envidia insana. Aquí las fiestas eran más bien de DJ cutre “pinchando” música comercial y sin necesidad de sabotear el ponche porque (en eso sí que ganábamos a los yankees) cualquiera que aparentara 16 años podía comprar alcohol con facilidad. De todos modos, me seguían dando envidia todos esos referentes cinematográficos que me recordaban lo que me estaba perdiendo por haber nacido en estos lares.
Pero existe una película, ambientada en la noche de Halloween, en la que se muestra la que probablemente sea la fiesta más evitable de toda la historia. La única que no me da envidia a pesar de tener lugar en los EEUU: la fiesta en la Hull House de la ochentera Night of the Demons.



Pongámonos en situación: una casa en la que ocurrieron atroces crímenes, a tomar por culo de la civilización, que posteriormente fue una funeraria y está prácticamente en ruinas. Para más Inri, el susodicho evento está organizado por Angela (Amelia Kinkade, también conocida por ser “psíquica de animales”… así, como suena), la no-tan-típica gótica del pueblo, amiga de lo oculto y, al igual que la petarda de su amiga Suzanne (interpretada por la ya mítica Linnea Quigley), una sociópata de cuidado. Y, por si dos sociópatas no fueran suficientes, añade un grupo de desechos sociales (salvo la aparentemente virginal e inocente protagonista, claro) demasiado reducido como para que se pueda considerar una verdadera fiesta. Y ahí tienes los ingredientes perfectos para un evento de Halloween totalmente lamentable. Pero menos mal que, en este caso, lo que menos nos interesa es la fiesta.
Night of the Demons (1988) fue el segundo esfuerzo del realizador Kevin Tenney tras Witchboard (1986), su primer acercamiento al espiritismo y la brujería, temática que resultaría recurrente en su filmografía posterior con la secuela Witchboard 2 (1993), la muchas veces erróneamente considerada como parte de la saga Witchtrap (1989) o la soporífera y fallida El Sótano Prohibido (1989). Porque sí, es cierto que Night of the Demons contó con dos secuelas (y un más reciente remake que, personalmente, ni me atrevo a ver), pero Tenney poco o nada tuvo que ver con ellos.



Convertida al cabo del tiempo en título de culto por méritos propios, Night of the Demons nos sitúa en la noche de Halloween de un pueblo en el que aparentemente la juventud está perdida y corrompida hasta el punto en que un vecino cascarrabias decide tomarse una pequeña venganza llenando de cuchillas las manzanas que dará a los críos (subtrama que nos proporcionará una gloriosa escena final). Sea como sea, su trama central gira entorno al grupo de adolescentes y la fiesta anteriormente mencionada, celebrada en el lugar más inadecuado para ello. Poco más hay que rascar de su planteamiento, el cual puede resultar simple y genérico, resonando ecos a variopintos productos de la década - salvando las distancias de tono e intencionalidad - como la saga Evil Dead, Spookies o incluso, principalmente por sus grotescos efectos prácticos, a las incursiones de Lucio Fulci en el terror. Pero su tramo final, un verdadero “tren de la bruja”, justifica por sí solo su estatus actual entre el fandom del fantástico. De él extraemos gloriosos momentos, como la famosa escena del pintalabios y el pezón (espeluznante es quedarse corto), el baile/invocación gótico de Angela a ritmo de Bauhaus, el reventón de globos oculares o la ya mencionada escena final, de una inverosimilitud magnífica, un regalo para los fans del terror y el gore. Tampoco nos podemos olvidar, claro está, de los magníficos one-liners de Angela (“¿Qué pasa, Judy? ¿No te gusta tu cita a ciegas?”), uno de los pocos monstruos/antagonistas femeninos de la década.




Un caramelo para los fans del horror, especialmente de la década de los 80, con un tramo inicial justificable (hay que construir la base que justifique las acciones de los personajes) pero algo lento que deja paso a 40 minutos de pura gloria en su parte final. Un clásico esencial para la noche del 31 de Octubre, a ser posible entre cervezas, picoteo y amigos. Entretenimiento y risas aseguradas.



Óscar Lladó
@SlasherOz

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