Que el cine es una maquinaria capaz de
generar sensaciones de lo más diverso no es ningún secreto.
Personalmente, hay una sensación que me encanta: la que te dejan
esas películas que te mantienen pensando durante días y, sobre
todo, aquellas que crecen a medida que les vas dando vueltas.
Normalmente, los que son capaces de provocar esto son títulos
profundos, filosóficos, con una narrativa muy visual o un subtexto
denso y difícil de capturar en su totalidad con un solo visionado.
Pero luego existen esos títulos aparentemente simples (e incluso
superficiales) en los que, a medida que vas pensando y analizando
detalles, te das cuenta de que no lo son en absoluto. Pocos slashers
son capaces de provocarlo pero, sin duda alguna, Pesadillas
de una Mente Enferma es uno de ellos, principalmente gracias
a su fuerte carga psicológica, la cual tiene más miga de lo que en
un principio puede parecer. Pero vayamos por partes.
Como se suele decir, para saber dónde
vamos hay que saber de dónde venimos. Romano Scavolini,
guionista y director del título que hoy nos atañe, es un realizador
buscavidas que, lejos de conformarse con un género, exploró sus
intereses dando píe a una variada filmografía con algunos temas
recurrentes alrededor del estudio del comportamiento humano, como la
violencia. A los amantes del giallo, el poliziesco y el
spaghetti western les resultará familiar el apellido debido a
su hermano Sauro Scavolini, quien escribió para directores
como Sergio Martino (Todos los Colores de la Oscuridad,
La Cola del Escorpión), Umberto Lenzi (El
Cínico, el Infame y el Violento) o Sergio Sollima (Ciudad
Violenta). Con semejante background y establecido en
EEUU en plena era dorada del slasher, en 1981 llevaba a cabo
su título más reconocible: Nightmares in a Damaged Brain.
Con él, Scavolini se aleja parcialmente de los cánones
habituales del subgénero para obtener un resultado tan fresco como
perturbador, con una estética sucia y una narrativa cruda y directa
que, probablemente, bebió mucho de la gloriosa Maniac.
De hecho, vista con perspectiva, puede resultar un cruce de la propia
Maniac y Henry: Retrato de un Asesino, si
no fuera porque la chocante obra maestra de John McNaughton se
estrenó unos años después.
La historia arranca con la desaparición de George Tatum (Baird Stafford), un paciente sometido a un tratamiento experimental debido a su esquizofrenia, causada por su pasado turbulento. Y es aquí donde el film comienza a destacar: alejándose de la manida fórmula (repetida hasta la saciedad, sobretodo en el género fantástico) de usar al clásico enfermo mental peligroso y violento fugado del psiquiátrico, estigmatizando un colectivo que no es, en su enorme mayoría, en absoluto violento. Pero Pesadillas de una Mente Enferma no deshumaniza al enfermo, si no que nos empuja a comprenderle y a saber cómo, cuándo y por qué se produjo su enfermedad, lo cual nos hace empatizar con el personaje, quien trata de luchar contra sus demonios interiores que le obligan a hacer algo que no quiere. Y empatizamos tanto (o más) que con sus propias víctimas, a diferencia de Maniac, en la que se nos presenta también un trauma como desencadenante de la enfermedad del amigo Frank Zito pero, en este caso, mostrándolo como algo irremediable y deleznable. A diferencia de Frank, George se nos presenta como un personaje débil, sometido a una enfermedad que durante un tiempo ha conseguido controlar gracias a la medicación pero acaba apoderándose de él.
Es entonces cuando se nos presenta a
los otros protagonistas de la historia: la familia Temper, entre los
cuales destaca el hijo pequeño (C.J.), un chico aficionado a las
bromas pesadas que lleva de cabeza a su madre. Con ellos la historia
toma una nueva dimensión, aportando de hecho esa parte del guion que
convierte este título en un slasher con pinceladas de home
invasion. Cuando la historia de George y la del pequeño C.J. se
cruzan, comenzamos a leer entre líneas conceptos como el aspecto
biológico y genético de la psicopatía, poniendo sobre la mesa
temas espinosos como el polémico y ampliamente discutido gen de la
maldad. Si bien el desarrollo de los acontecimientos es altamente
previsible, lo que hace de Pesadillas de una Mente Enferma un
título especial y destacable no es lo que se nos muestra, si no cómo
se nos muestra. Una película que deja poso si uno no se queda en la
superficie y decide analizar imágenes, diálogos y acciones para
darse cuenta de que está ante una pequeña joya dolorosamente
infravalorada que incluye además generosas dosis de casquería
supervisada por el mago de los FX Tom Savini y realizada por
Ed French.
Otro título más que, al igual que
joyas como Les Yeux Sans Visage o Martyrs (por
poner dos ejemplos) demuestra que una mirada es suficiente para que
una escena quede grabada en tus retinas para siempre.
HAIL
SEITAN!
Óscar Lladó
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