Si de algo ha servido el cine de
terror a lo largo de su historia es para recrear los miedos del ser
humano hacia lo desconocido, hecho que ha generado una larga lista de
títulos que podríamos englobar dentro del subgénero de las casas
encantadas, llegando a saturar al público repitiendo los mismos
patrones una y otra vez. Pero, de vez en cuando, surgían títulos
con un fuerte componente psicológico que va mucho más allá de las
simples historietas de fantasmas y apariciones, como es el caso de la
infravalorada El Ente.
El realizador canadiense Sidney J.
Furie lanzaba, a principios de los 80, su interpretación de un caso
real sucedido en los 70, muy conocido por los aficionados de lo
paranormal. Doris Bither era una madre de familia que cuidaba sola a
sus cuatro hijos y que sufría violentos ataques de un ente
invisible, aseverando que llegó a ser violada en múltiples
ocasiones, apareciendo además en su cuerpo moratones y marcas de
dientes. Sus propios hijos fueron testigos de los ataques, y su hijo
mayor sufrió en sus carnes las consecuencias de intentar parar un
ataque a su madre, saliendo éste disparado de una punta a otra de la
habitación en la cual se encontraban y rompiéndose el brazo. Fue
ese el punto de inflexión para Doris, que cuando vio amenazada no
solo su vida, si no la de sus propios hijos, decidió acudir a una
conferencia que los investigadores Kerry Gaynor y Barry Taff
realizaban en su ciudad, explicándoles el caso y solicitándoles su
ayuda.
La naturaleza física de los ataques y
su tremenda violencia, según relataba Doris en las posteriores
entrevistas con los investigadores, hizo que estos fueran muy
escépticos al principio, puesto que por lo general los ataques
físicos de espíritus o entes no son habituales. Pero, poco a poco,
la teoría de que todo estaba en la cabeza de Doris fue perdiendo
peso, desde el mismo momento en que el equipo de investigación
contempló con sus propios ojos (y sus cámaras, con fotografías que
podéis encontrar por internet buscando información del caso) un
ataque a la pobre Doris. Los investigadores relataron que aparecieron
bolas de luz en el momento en que la víctima provocó al ente, pese
a que las cámaras capturaron solo unos arcos luminosos, y que en un
momento estos formaron un torso de hombre, grande y musculoso, sin
cara.
Como es habitual en estos casos, se
generaron opiniones muy diversas por parte de expertos en
parapsicología, psiquiatras y demás profesionales de la materia.
Mientras algunos mantenían que todo estaba en la cabeza de Doris,
víctima de abusos sexuales en su infancia, otros defendían la
teoría de que su trauma era tan fuerte que era capaz de generar
energías que se volvían en su contra. Lo cierto es que, quien
presenció los ataques, siempre mantuvo que fueron reales al 100%
debido a lo físico de los mismos, dejando marcas visibles en el
cuerpo de la víctima. Sea como sea, los ataques persistieron a pesar
de los constantes cambios de domicilio de Doris y su familia,
disminuyendo poco a poco en intensidad y desapareciendo finalmente.
La adaptación fílmica del caso, con
una brillante Barbara Hershey en el papel de la atormentada
protagonista, da un giro al caso real centrándose más en la parte
psicológica y dando tanto peso a esta como al caso paranormal. Y es
que las teorías freudianas y el fuerte componente psicosexual de la
historia es potenciado en la figura del doctor Weber, haciendo que El
Ente vaya más allá de una mera historia de casas encantadas
y convirtiéndola en una de las mejores películas del subgénero,
según la humilde opinión de un servidor. Y es que en lo que se
refiere a la factura técnica no es especialmente destacable, pero
transmite más tensión durante todo su metraje sin necesidad de
efectos excesivos y jump scares facilones que el 99,9% de
producciones actuales (¡hola James Wan!). Para la posteridad quedan
esas escenas de violación con los cañones de aire a presión sobre
los pechos de la Hershey como si un ente invisible los magreara,
posiblemente de las escenas más impactantes dentro del género.
Tal vez el tiempo la coloque en su
sitio, tal vez no, pero los aficionados al género sabemos que esta
pequeña joya no puede faltar en nuestras colecciones.
Óscar Lladó
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