Hace poco más de quince años que,
desde el país vecino, comenzaron a surgir títulos que se
caracterizaban por su crudeza, violencia y visceralidad. Títulos
como Trouble Every Day de Claire Denis, Dans
Ma Peau de Marina de Van o, algo más tarde (aunque
con mayor repercusión), Haute Tension de Alexander
Ajá nos comenzaron a mostrar historias que conjugaban el drama,
el terror e incluso el gore de una forma prácticamente inusitada.
Algún iluminado decidió aplicar a este tipo de producciones la
etiqueta de nuevo extremismo francés de forma peyorativa,
ignorando entonces que su definición sería aplicada a la postre a
títulos muy aclamados por la crítica internacional y bien recibidos
por el público, especialmente del fantástico. Para la posteridad
quedan títulos (imprescindibles, si me lo permitís) como Martyrs,
Frontière(s) o Calvaire.
Una pequeña y desconocida joyita del
género (o corriente), ejemplo claro de cómo crear un ambiente
enrarecido y opresivo, llegó en 2006 con nada más y nada menos que
Vincent Cassel encarnando al entrañable villano. Hablamos de
Sheitan, una jodida locura surgida del emblemático
colectivo artístico Kourtrajmé y dirigida por el
novat(ísim)o Kim Chapiron, quien en un principio iba más
perdido que un hijoputa en el día del padre hasta el punto de hacer
pensar a Cassel (que, además, ejercía las veces de
productor) que había tirado su dinero por el retrete. El resultado
final, queda a la vista, se puede resumir usando erróneamente una
palabra debido a su traducción del francés: bizarro. Sí, en
realidad “bizarro” significa “valiente, géneroso o lúcido”,
pero permítaseme usarlo bajo su definición francesa de algo
“alejado de lo común, que sorprende por su extrañeza, insólito”.
Eso es Sheitan: un título insólito, que confunde y
descoloca. Porque, y más siendo asociado casi siempre al nuevo
extremismo francés, es perfectamente normal esperar sangre y
vísceras desde el minuto cero (que algo de ello tiene), pero uno
acaba sumido en un estado de confusión y tensión causado más por
no saber qué derroteros va a tomar la película y esa sensación
tensa que produce que, lo que a nosotros nos parece obvio, no acabe
de llegar nunca, sumado a lo extrañamente siniestro de muchos de los
personajes.
Tras una noche de fiesta en los
suburbios de París que acaba algo mal, nuestros protagonistas (que
cumplen ese estereotipo de protagonistas odiosos que deseas que maten
de la forma más violenta y lo antes posible) se dirigen hacia la
casa de campo de una chica que han conocido. Tras un largo viaje,
allí se toparán con Joseph (el personaje de Cassel),
el cuidador de la casa y un personaje que, además de parecerse una
santísima burrada al padre de los Thornberrys (una serie de
dibujos de Nickelodeon de los 90), está claro que es
resultado del incesto o que de pequeño le dieron con una pala en la
cabeza, porque muy bien no le riega el cerebro. Las cosas se irán
enredando y enrareciendo de forma progresiva para desembocar en un
final de puro despiporre que vuelve a jugar con la confusión. Es de
esas películas que se disfrutan más cuanto menos sepas de ellas y
cuantas menos elucubraciones al respecto hayas podido hacer antes de
verla, así que hasta aquí podemos leer en cuanto a la trama, la
cual se refuerza con planos muy críticos y cerrados que ayudan a
aumentar más si cabe esa sensación de agobio y confusión.
Un ejercicio de gamberrismo y
visceralidad que huye de convencionalismos y bebe mucho de títulos
como Dobermann o los cortos de la factoría Koutrajmé
que, sin duda alguna, no dejará a nadie indiferente.
¡Hasta el próximo baño!
HAIL
S(H)EITAN!
Óscar Lladó
No hay comentarios:
Publicar un comentario