Recuerdo, años ha,
cuando no levantaba ni dos palmos del suelo, el miedo que pasaba en
casa de los abuelos de uno de mis mejores amigos cuando se nos colaba
la pelota en el huerto y tenía que ir a por ella. No, el hecho de
que a día de hoy sea vegetariano demuestra que no les tenía miedo a
las verduras y hortalizas tan hermosas que el abuelete tenía
plantadas ahí, ni a los gatetes que aparecían entre los matojos de
repente. Lo que me acojonaba eran esos hijos de puta antropomórficos
de paja y tela que llaman espantapájaros, que protegían y reinaban
en el huerto con mirada desafiante.
Los culpables de ese
terror (fundadísimo, porque… ¿a qué niño no le acojonan esas
putas criaturas del averno?) fueron sin duda, como buen 90’s
kid, el libro y el capítulo de Pesadillas que
tenían los espantapájaros como protagonistas, en una versión light
de lo que años después descubriría que era un subgénero en sí
mismo: las películas de espantapájaros asesinos. Un subgénero con
más títulos casposos que decentes, eso sí. Así que, en un
descanso del trabajo, me topé con un “maravilloso” cartel en el
catálogo de Movistar+ que prometía una buena dosis de caspa.
Lo que no esperaba era
que esta Scarecrows (Zona Restringida en
España) también tuviera unas razonablemente generosas dosis de
casquería lo cual, si estás leyendo esto y no la has visto,
probablemente sean buenas noticias. Y es que en su equipo técnico
hay algún gran nombre como el director de fotografía Peter
Deming (Evil Dead 2, Twin Peaks, Mulholland Drive…)
quien, en cierto modo, proporciona el toque diferencial a la
película.
Una panda de ladrones
malotes (que a ratos tienen buen fondo, según sople el viento)
comete un robo millonario y huyen en un avión secuestrado con el
piloto y su hija a bordo. En su huida hacia México, el más malote
de todos (aunque luego resultará que es un poco cagao) se
lanza en paracaídas con el botín sobre una especie de
granja/cementerio abandonada llena de espantapájaros malrolleros
que acojonarían al mismísimo Damien Thorn. Obligados a aterrizar
para recuperar el botín, los ladrones, el piloto y su hija
protagonizan una a ratos ridícula y en global aburrida primera mitad
de la cinta que parece un concurso de malas actuaciones… hasta que
la película se transforma en un cruce sangriento entre Predator
y Evil Dead, cobrando protagonismo las
decapitaciones, los destripamientos, y las escenas escabrosas en las
que, poco a poco, todos van cayendo muertos.
Sin duda, estamos ante
uno de esos maravillosos mejunjes low cost ochenteros que
roban descaradamente de aquí y de allá, pero con una apariencia
ligeramente más profesional que otros títulos que podríamos
clasificar del mismo modo, gracias a la ya mencionada fotografía del
aún poco experimentado Deming, a quien me imagino en el
rodaje, como buen guerrillero del cine, en plan Rambo, con la
bandana, cubierto de barro, fumándose un puro y batallando para
sacar algo decente con un presupuesto que no daba ni para pipas. Y
los asistentes de producción señalándole y diciendo “A lo que
usted llama infierno, él lo llama hogar”.
HAIL SEITAN!
Óscar Lladó
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