¡BAÑISTAS!
Por supuesto, hablo de Raw,
o Crudo, o Grave… llámale X. El debut
en el largometraje de la francesa Julia Ducournau, la cual se
convierte ipso facto en uno de esos nuevos talentos a seguir de
cerca, un talento aparentemente innato porque uno no acaba de creerse
que, ante tal ejemplo de calidad, esté contemplando una ópera
prima.
Siempre intento mantener bajo el
hype para no llevarme una decepción, pero en este caso me fue
difícil. Hace ya unos meses, los medios (no solo los especializados,
sino también los generales) se hicieron eco de un suceso acontecido
en el Festival Internacional de Cine de Toronto en el que
hubieron desmayos debido a sus gráficas escenas de canibalismo. Como
uno ya tiene los huevos pelados de ver campañas de marketing
similares, no sabes si creértelo o pensar que es una jugarreta. No
sabemos si la firma con Universal sucedió antes o después
del boom mediático, sea como sea la señorita Ducournau ha
salido ganando porque una relativamente modesta producción francesa
está teniendo una proyección a nivel mundial que más quisieran
para sí otras producciones más grandes.
A lo que íbamos… que ante
noticias así es fácil que los amantes del cine más visceral
comencemos a salivar y, teniendo en cuenta su procedencia, es fácil
hacer la conexión con esa oleada de realizadores franceses que
alguien decidió unir bajo la etiqueta de Nuevo Extremismo
Francés, que tantos buenos momentos nos ha dado a través de
títulos que, si no son ya de culto, lo serán dentro de muy poco.
Pero asociar Raw con películas como Martyrs,
Alta Tensión o A l’Interieur es un
error. Si todavía no la habéis visto, no hagáis como yo, no os
hagáis ninguna idea preconcebida porque (palabrita de niño Jesús)
lo que os vais a encontrar va a ser totalmente diferente a cualquier
idea que os pudierais hacer previamente. Por supuesto, evitando
spoilers para que la experiencia sea tan satisfactoria como lo
fue la mía.
Raw arranca
presentándonos a Justine, la protagonista de éste crudo
(insertar aquí sonido de badumm
tssssss) relato en el que nada es lo que parece, en un juego
de dicotomías que se dan paso entre sí para mostrarnos los cambios
que suceden en el interior de una chica joven enfrentándose a su
primer año de universidad. Y es que Justine proviene de una
familia en la que todos son veterinarios y veganos, con lo cual se
dispone a seguir sus pasos para ingresar en la Facultad de
Veterinaria. Allí se encontrará con que en una de las clásicas
novatadas se verá forzada a comer un trozo de carne cruda, lo cual
despertará en ella nuevas y extrañas sensaciones…
Justine, interpretada por
una tan magnifica como desconocida Garance Marillier, buscará
un apoyo en principio inexistente en su hermana Alexia (Ella
Rumpf), creando un tándem interpretativo cuya compenetración me
remitió a las hermanas Séguret (Camille y Lena) de la
también francesa ficción televisiva Les Revenants (la
cual, por cierto, nunca me cansaré de recomendar). Su relación
crece y muta como ellas mismas, experimenta cambios drásticos que se
nos muestran desde un prisma en el que se entremezclan y, en
ocasiones, fusionan lo romántico, lo bonito, lo repulsivo y lo
impactante.
Pocas películas son capaces de transmitir esa sensación
de encontrar lo bello en lo grotesco, y Raw lo consigue
con creces debido, en gran medida, a las magníficas interpretaciones
de Ella y Garance. Y también, por supuesto, al hecho
de que en realidad nos encontramos ante una película que se aproxima
al coming of age (eso sí, desde una perspectiva un tanto más
brutal a lo que el género nos tiene acostumbrados), con lo cual es
fácil empatizar y congeniar con los sentimientos de las
protagonistas. Y es que, al fin y al cabo, estamos ante una película
que habla de todos esos cambios internos por los que pasa una chica
y, en este caso, una chica que se nos da a entender siempre ha estado
sobreprotegida y vigilada. Un despertar progresivo de emociones y
sensaciones expresadas a través de la ingesta de carne u otras
perlas que esta sorprendente ópera prima nos tiene preparadas.
La película cuenta con escenas
que pueden resultar un tanto molestas para cierto sector del público…
ese sector al que pertenece la persona que se desmayara en su
proyección en Toronto. Pero, si estáis leyendo esta sección, en
este caso hay que decir eso de “pues no es pa’ tanto”.
Cada vez que me han preguntado por este tema he dicho lo mismo: hay
más violencia y situaciones “desagradables” en lo que cuenta que
en lo que muestra, y eso es algo totalmente positivo, porque es “muy
fácil” (ya me entendéis…) hacer un despliegue de efectos y
mostrar violencia gráfica y explícita, pero lo que no es tan fácil
es conseguir ese mismo resultado a través de situaciones nada
explícitas o “simples” (vale, juro que dejo de poner comitas ya)
diálogos.
Cabe hacer una mención especial
a la fría y quirúrgica fotografía de Ruben Impens, que
marida a la perfección con esos espacios llenos de batas blancas que
cubren cuerpos con cambiantes y confusas mentes. Una confusión que
puede resultar tan bonita como peligrosa, y que acaba generando en
los nostálgicos una especie de amnesia que les permite idealizar esa
época de sus vidas. Pero hay que quedarse con eso: hasta en lo más
grotesco se puede hallar la belleza.
Mañana recordad que lo de las
uvas está ya pasado de moda, que lo que se lleva, para darle emoción
y riesgo, son 12 trocitos de pez Fugu crudo. No escuchéis a las
malas lenguas que quieren desprestigiar el consumo de éste
maravilloso fruto de la naturaleza, el Fugu no tiene ni veneno ni
pollas y lo podéis cortar vosotros mismos a lo loco, sin seguir
patrones establecidos, que es lo que quieren esos inquisidores
gastronómicos.
¡Feliz 2017… HAIL SEITAN!
Óscar Lladó
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