¡Zagales y zagalas! Se va acabando el verano, y yo no puedo
estar más feliz por ello. No veo el momento de que el invierno nos
libere de este infierno, y para celebrar que este será el último
Baño de Sangre del verano os traigo una reseña un pelín especial.
Se lo traigo doble, señora. Doble como el whisky, como el café y
como la visión de David Hasselhoff en sus épocas chungas.
Mi intención inicial era reseñar esa garrulada que es Headless,
pero creo que ésta no se puede entender sin saber de dónde viene,
con lo cual me dispongo a reseñarla de forma conjunta a Found,
no sin antes explicaros mi experiencia con ambas. Y es que hace ya un
tiempo que me topé con Headless, con esa portada tan
videoclubera que captó enseguida mi atención, y me puse a verla sin
ningún tipo de referencia. Sin entrar en detalles, puesto que más
adelante ya la destriparemos (joder, que ingenioso soy, “destripar”
una película gore… por favor que alguien pare mi genialidad, que
se extiende cual The Blob), al acabarla me quedé frío como
un cadáver, pero sin ese rigor mortis que es el mal cuerpo
que te deja una buena película gore. Disfrutable, sí, pero para ver
y olvidar…
Justo ayer recurrí al método que suelo utilizar cuando no tengo
muy claro qué me apetece ver: buscar de forma totalmente random
en mi lista de películas pendientes (la cual, por cierto, cada vez
veo más imposible de reducir porque solo hace que aumentar… qué
puta ruina), lo que me llevó a toparme con una película llamada
Found. Y me lancé, así a lo loco, sin saber nada de
ella… Ni su argumento, ni su director, ni su reparto. Me gusta el
riesgo, soy de los que quita el pendrive a saco. Y os puedo asegurar
que fue una de las experiencias cinematográficas más placenteras y
satisfactorias que he tenido en mucho tiempo. No solo eso, si no que
me llevé una buena sorpresa al ver de dónde salía Headless:
ni más ni menos que de una falsa película que ve el joven
protagonista de la maravillosa Found. Y entonces
entendí mucho mejor las intenciones de Headless,
además de darme cuenta de que soy un iluminado que vio las películas
en el orden inverso al que las debería haber visto, y probablemente
mis sensaciones al acabar Headless habrían sido
bastante diferentes. ¿Por qué? Para explicarlo, primero hay que
analizar las películas. Eso sí, en orden.
Found huele a producción independiente desde el
minuto 0 del metraje, lo cual no es ni de lejos sinónimo de
producción amateur, puesto que ésta hace gala de una fotografía
sencilla pero efectiva y de un ejemplar (para el presupuesto que
debió tener) diseño de sonido sobre el que recae buena parte de la
responsabilidad a la hora de crear tensión, sin recurrir a los ya
odiosos jump scares que son el denominador común en el 75% de
producciones actuales del género. La voz en off del pequeño
protagonista de la cinta nos introduce en su mundo, con la inocencia
propia del niño que está formando su carácter… si es que uno
puede conservar su inocencia tras descubrir que su hermano mayor
esconde cabezas decapitadas en su armario. A ritmo pausado, cociendo
el horror a fuego lento, la cinta va abriendo al espectador la mente
y el corazón del pequeño Marty, un pre-adolescente obsesionado con
el cine de terror abocado a lidiar con los abusones que la toman con
él, unos padres que dejan mucho que desear, un hermano psicópata y
con el hecho de que su mejor y único amigo se haya cansado de ser su
amigo. Y, conociendo esos elementos que perturban su paz y
estabilidad emocional, asistimos al viaje que su mente realiza desde
la inocencia y la bondad de la infancia a un choque de bruces contra
su cruda y dura realidad, convirtiéndonos en espectadores de una
espiral de dolor y sufrimiento que desemboca en un final de esos que
se quedan grabados en tu retina durante mucho tiempo.
Un producto muy especial en todos los sentidos que esconde mucho
más de lo que se ve, con un fuerte componente psicológico y que
denota cierta obsesión con los traumas por parte de su guionista (y
escritor de la novela en que se basa) Todd Rigney. Una joyita
incomprendida (solo hay que leer las críticas que pululan por ahí
de gente que parece que no es capaz de ver más allá de lo que le
muestran en pantalla) que probablemente jamás obtenga el estatus que
se merece. Igual me dejo llevar por la emoción de haberme topado con
una historia que me haya parecido, dentro de su sencillez, tan
original y fresca. O tal vez no. Sea como sea, para un servidor Found
se ha convertido en culto instantáneo.
Precisamente uno de los elementos que hacen pensar que el
guionista Todd Rigney está obsesionado con los traumas es una escena
crucial para la película, en la que el protagonista y su “mejor
amigo” viven ese mágico momento por el que todos los aficionados
al cine fantástico hemos pasado: el primer trauma cinematográfico,
esas escenas de gore tan jodidas que te provocan pesadillas durante
días. Lo que para un servidor fue el “momento del gancho” en La
Matanza de Texas, para el pequeño Marty y su colega David es
ese momento de metaficción que supone el visionado del ficticio
slasher setentero Headless, en que un psicópata
tortura y decapita a mujeres para follarse sus cabezas y bañarse en
su sangre. Super educativo, vaya, tal y como nos gusta.
La retorcida idea gustó a los aficionados, reclamando en las
redes sociales que se convirtiera en realidad ese falso film de 1978.
Y les acabaron haciendo caso.
La cinta comienza con un falso tráiler que nos traslada
directamente a la sesión golfa de un cine cochambroso de Nueva York
en el corazón de la década de los 70, para dar paso a la película,
que arranca al más puro estilo 70’s y sin esperar un solo segundo
a mostrar carnaza. Durante los primeros 10 minutos uno se encuentra
ante un homenaje a esos exploits setenteros que solo buscaban
horrorizar al espectador y llevarle al extremo. Sobre todo se nota el
homenaje al cine más experimental de los circuitos universitarios,
remitiéndonos en más de un momento (sobre todo en las partes más
visualmente surrealistas) a la perturbadora Last House on Dead
End Street. Pero poco a poco, y sobre todo en lo que a estilo
se refiere, se aleja de la vía del homenaje para convertirse en una
película de gore al uso con una trama insulsa que sirve de excusa
para hacer un despliegue de casquería... No me malinterpretéis,
adoro que se hagan estas cazurradas, pero aquí más que nada la
queja va dirigida al hecho de que no se acabe el trabajo empezado,
puesto que si comienzas tu cinta con un estilo determinado no tiene
sentido que a partir de los 10-15 minutos te olvides de lo que
estabas haciendo.
Si bien el film cuenta con momentos memorables, 20 minutos menos
de metraje la habrían hecho menos pesada. Total, para que la única
trama existente más allá de las escabechinas y las movidas de las
dos co-protagonistas sean los flashbacks que “justifican” y
explican por qué el asesino es cómo es, no necesitas una hora y
media. Con un mediometraje de 50-70 minutos hubiera sido suficiente.
Quiero entender que la intención de su director era rendir un
homenaje a las películas de la época con una dosis extra de
casquería, y nada más... Porque si su ambición iba más allá,
desde luego que fracasó estrepitosamente. Disfrutable para los
gorehounds, aunque ciertamente se acabe haciendo algo pesada
ante la ausencia de trama y el hecho de que el body count
tampoco es para tirar cohetes, pero estoy seguro de que a pocos les
quedarán ganas de repetir una vez finalizada.
Dos películas muy distintas en estilo e intenciones, y desde
luego en resultados, pero cuyas historias se complementan y cruzan
elementos, con lo cual recomiendo ver ambas. Eso sí, no hagáis como
yo, no seáis melones… seguid el orden que toca.
Me despido hasta el otoño, no sin antes dejaros un briconsejo.
Recordad sustituir vuestra esponja de ducha por papel de lija para
lograr tener una piel tersa, suave y de un tono rojizo la hostia de
atractivo. Lo recomiendan todas las grandes marcas, desde G’Oreal a
Max Bloodctor.
Óscar Lladó
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