Sí cinedominguers, sí. Ya se ha ido a tomar por el culo
el verano. Vuelve el poder salir a la calle sin convertirte en
Melting Man. Vuelven el fresquito, la lluvia y el encerrarse
en casa a ver películas. Vuelve el momento de descubrir joyones, y
aquí estamos nosotros para destaparlos. Porque si existe una
película infravalorada y poco conocida de nuestro fantaterror,
esa es Las Garras de Lorelei, curiosa mezcla de estilos
e influencias ejecutada por nuestro querido Amando de Ossorio,
justo entre medio de la publicación de la segunda y tercera parte de
sus Templarios Ciegos.
Con un estilo a caballo entre el gótico de la Hammer, las monster
movies de la época y hasta el giallo, la película no es
desde luego ninguna obra maestra, pero sí asegura un buen rato de
entretenimiento.
Protagonizada por un Tony Kendall con un tupé a lo Elvis
y un aura de seductor supremo interpretando a un cazador, la película
narra la historia de un pueblo a la orilla del Rin en el que una
criatura está acabando poco a poco con las jovencitas del lugar, lo
que lleva al cazador a ser contratado por una escuela escuela
femenina regentada por una bellísima Silvia Tortosa con tal
de protegerlas de la bestia. Mientras trata de darle caza, ese cruce
entre Elvis y Julio Iglesias que es el personaje de Kendall va
dejando tras de sí un rastro de sangre…. Digo, de corazones rotos.
Mientras tanto, la bestia se dedica literalmente a arrancarlos de los
cuerpos de sus víctimas, con unos buenísimos planos con látex y
sangre falsa a punta pala obra del artesano Alfredo
Segovia, quien trabajó con nombres tan reputados como Terence
Hill, Bud Spencer o Paul Naschy. Un trabajo
excelente que convierte a Las Garras de Lorelei en una
de las obras del fantaterror más adecuadas para esta nuestra
sección (joder, siempre había querido meter algo a lo Juan Cuesta
en una reseña… una cosa a tachar de mi lista de “cosas que hacer
antes de ser asesinado”).
Helga Liné interpreta a Lorelei (no es un spoiler,
si no te das cuenta de ello desde su primera aparición es que tienes
la cabeza metida en el culo) y, aun contando con su atractivo
germánico, no acaba de convencer en ningún momento, puesto que
Lorelei debería ser un personaje más enigmático, temible,
hipnótico en su habla y en su hacer, y desde luego es algo que no se
consigue en ningún momento. Obviamente tiene carencias en el
apartado técnico, como esas entrañables a la par que cutronas
transformaciones en slow motion, pero compensa con una
fotografía muy atractiva, con ese cromatismo que nos lleva a pensar
(como decíamos anteriormente) en la Hammer, además de las
potentes escenas de gore y un guión simplón pero sumamente
divertido.
En definitiva, un film que desde luego no está entre lo mejor de
la filmografía de Ossorio pero injustamente olvidado e infravalorado
por la gran mayoría del público aficionado al género.
No olvidéis los últimos estudios que demuestran que ingerir
cantidades masivas de cicuta alarga la vida unos años. A por ello,
valientes.
Óscar Lladó
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