¿Por qué será que los humanos
tenemos la jodida manía de idealizar tiempos pretéritos? Nos gusta
pensar que, como decía Manrique en sus coplas, cualquier tiempo
pasado fue mejor y que el presente es un enorme, pestilente y
repulsivo montón de mierda. Lo curioso es que es más que probable
que, de aquí a un par de décadas, hablemos de estos 20 primeros
años del siglo XXI con el mismo cariño que hoy en día se habla de
los 80 o los 90, y obviaremos todo lo malo, tal y como hacemos ahora
con esas dos décadas glorificadas. Porque cuando pensamos en los 80
no pensamos en la heroína, ni en la dama de hierro, ni en los
Manowar (la mayor hecatombe del siglo XX tras las guerras
mundiales), si no en los videoclubs, el cine de terror, las
recreativas… No nos acordamos de los cardados, los mullets,
los chándales fosforitos y todas esas putas mierdas que ojalá no
vuelvan jamás. Solo nos quedamos con lo bueno. Semoh asín.
Por eso, cuando hablemos de 2012 en 2034 no nos acordaremos de la
crisis, el desempleo, el malestar social, el PP (esperemos que, para
entonces, ya los hayan ilegalizado como la organización mafiosa que
son) o el terrorismo (o el reggeaton, que es un equivalente a esto
último), si no que hablaremos de los inicios de Netflix,
Juego de Tronos, las barbas y “esa época en que aún
no existían los hologramas”.
Ya el colmo es cuando idealizamos una
época que ni siquiera hemos vivido, basándonos únicamente en esas
experiencias positivas que son las que se acaban contando y
añorando... experiencias que han vivido otras personas, pero que
idealizamos como nuestras. Porque un servidor, de los 80, lo único
que vivió fue el constante cambio de pañales durante 6 meses en el
89. Sí, claro, en los 90 aún bebíamos mucho de la cultura de los
80 (sobretodo en cuanto a TV y música se refiere), pero obviamente
no es lo mismo que vivir la época. ¿Por qué, entonces, tengo esa
década en un pedestal en cuanto a música, cine y series de
animación se refiere? Pues eso… falsa nostalgia provocada por la
admiración hacia las experiencias de otros en esa época que,
obviamente, no se acuerdan de los aspectos negativos de esos años.
Aunque también hay un componente claro: si eres amante del cine de
terror moderno, es normal estar enamorado de una década que sentó
sus bases. Una época de cambios y trabajos de muy diversa índole,
pero fructífera y productiva a más no poder.
Los exploits de bajo
presupuesto fueron una constante en los 70, que inundaban las
carteleras de las sesiones grindhouse con programas dobles de
lo más psicotrónico, y los exploits siguieron su sendero
natural durante la década de los 80. Raro era encontrarse con
mujeres directoras en el género, pero Barbara Peeters era una
de ellas, aunque ya dijo en más de una ocasión que para ella era
solo un inpass puesto que, al igual que cualquier humano no
quiere pasar su vida en la guardería, ella algún día quería
“graduarse en el instituto”, refiriéndose a su empeño en poder
ser, tarde o temprano, una realizadora de producciones de tono más
serio. Pero, mientras llegaba ese momento, trabajó en la compañía
del indiscutible maestro de la serie B, sir Roger Corman, New
World Pictures. En ella trabajó en roles distintos como
directora, directora de 2ª unidad, actriz, productora, guionista o
directora de arte pero, a finales de los 70, cayó enferma y estuvo
algún tiempo apartada de los platós.
Tras su recuperación, en el año 80,
dirigiría el que sería el trabajo por el que a día de hoy (muy a
su pesar) más se le recuerda: Humanoides del Abismo. Y
digo muy a su pesar porque, bajo decisión del propio Roger Corman
como productor ejecutivo de la cinta, se introdujeron una serie
de cambios sin su consentimiento que transformaron la cinta hasta el
punto de que, en algunos momentos, es difícil creer que fuera una
mujer quien estaba tras el proyecto, debido a lo gratuito de algunas
escenas de desnudos (elemento esencial para el público de esta clase
de producciones en la época, por triste que parezca a día de hoy) y
la secundarización de los pocos personajes femeninos que aparecen,
relegando a un segundo plano temas que daban originalidad y un toque
distintivo a la cinta, como la desposesión de los territorios de los
nativos americanos o temas ecológicos como la sobreexplotación de
la pesca o el uso de químicos para alterar el curso natural. Tiene
que ser frustrante que modifiquen tu trabajo sin tu consentimiento,
pero personalmente un servidor opina que Humanoides del Abismo no
sería hoy el título de culto que es sin la mano de Corman y
sus modificaciones, pese a que no me gusten los métodos escogidos
para introducirlos. Pero esos cambios le dieron frescura y dinamismo
a una cinta que, por desgracia, pecaba de un ritmo algo relajado para
el tipo de producción que se quería llevar a cabo. La introducción
de escenas violentas y sexuales dieron un necesario empujón hacia el
tan necesario shock que hace de ésta controvertida película
un ejemplo perfecto de cohesión de estilos e intenciones
aparentemente incompatibles, dando como resultado una de las
películas más entretenidas de la época.
Criaturas
marinas (que, por cierto, recuerdan “sospechosamente” a la
criatura de La Mujer y el Monstruo) que matan y violan,
seres humanos cuya ambición les lleva a ser unos estúpidos
racistas, gore divertidísimo y sin mesuras, grandes compañías que
quieren transformar para siempre el pasado con el único objetivo de
buscar su beneficio económico, tetas y culos, situaciones de
carcajada y, sobretodo, una suma de situaciones políticamente
incorrectas forman este extraño, variado y perfecto mejunje llamado
Humanoides del Abismo que es, sin duda, una de las
películas más divertidas de esa glorificada y ensalzada época que
fueron los 80. Aprovechad estas noches de verano para montar un
programa doble con Piranha entre colegas y cerveza y os
aseguro que no os arrepentiréis.
HAIL SEITAN!
Óscar Lladó
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