Quien me conoce sabe que Haneke
es una de mis debilidades, y Funny Games es sin duda
una de esas pocas obras (hablamos de apenas una treintena, entre los
cientos y cientos de títulos que han pasado por mis retinas a lo
largo de mi vida y, en especial, durante los últimos 4-5 años) que
considero perfectas de principio a fin, que consiguen con savoir
faire y maestría su propósito en todos los sentidos posibles.
Cuando me enteré de que el leitmotiv de este año giraba entorno a
la figura de Haneke y al concepto de los “márgenes del
terror”, algo en lo que el realizador es un experto (algunas de las
películas del reconocido realizador son más terroríficas sin
situarse en el género fantástico que algunas producciones que
intentan – en vano - serlo con todas sus fuerzas) y, más tarde,
cuando vi el spot del festival en claro homenaje a uno de mis títulos
predilectos del director y primero de su filmografía que vi, sabía
que estábamos ante una edición muy especial. Lo que no imaginé
entonces es que acabaría entrevistando, alrededor de 10 años
después (si no más) de ese primer visionado, a su protagonista de
inquietante sonrisa, el austríaco Arno Frisch. Pero eso lo
dejamos para otro momento… toca analizar las películas que pudimos
ver en esta sexta jornada que nos encamina hacia el final del
festival y la vuelta a la vida real.
¿Qué podríamos decir de Funny
Games a estas alturas? Clásico de culto dónde los haya. Tan
malrollera como en su estreno hace 20 años, con una de esas
premieres polémicas de Cannes en que muchísima gente se fue
enfadada de la sala. Porque si algo sabe hacer Haneke es
desmoralizar y hundir al espectador con historias tan crudas como
realistas. Míticos son ya esos planos en los que el personaje de
Arno mira a cámara y hace al espectador partícipe y cómplice
de la desagradable situación a la que están sometiendo a la familia
protagonista. La etiqueta home invasion se queda corta para
definir esta obra maestra del cine europeo. Perfecta desde su plano
aéreo inicial hasta ese último plano que lleva el concepto “miradas
que hielan” hasta un nuevo nivel. Esencial.
Al mismo tiempo, en la sala Gótica,
tenía lugar la proyección de Jackals, el nuevo home
invasion de Kevin Greutert, director de Saw VI y
Saw 3D. Situada en los 80 y basada en hechos reales,
nos cuenta la historia de una familia que recupera a su hijo de una
peligrosa secta donde le han lavado el cerebro para tratar de
“reprogramarle” en la cabaña familiar con la ayuda de un
experto. Sus planes se verán truncados cuando los miembros del culto
rodeen la cabaña para tratar de recuperar lo que consideran suyo.
Con un arranque brutal, la película
funciona hasta que una serie de malas, previsibles y nada arriesgadas
decisiones de guion convierten su tramo final en una broma de mal
gusto. Más allá del aspecto visual (la caracterización de los
miembros de la secta, los FX y la iluminación de los exteriores son
geniales) y de las buenas actuaciones, Jackals es un
refrito de refritos que desperdicia su potencial con ese final tan
precipitado. Lo que podría haber sido y no fue.
La doble sesión del día en La Peni
(sesiones que, por cierto, nos están dando grandes alegrías)
comenzaba con la catalana Black Hollow Cage, con la
presencia del director Sadrac González para presentar el
trabajo ante una sala con más público de lo que suele ser habitual
en los pases de entresemana.
Cocida a fuego lento y con ideas tan
curiosas como interesantes, Black Hollow Cage nos
presenta una historia cuyo máximo interés reside en el uso de la
narrativa no lineal, atrapando al espectador y manteniéndole a la
expectativa, pero que no consigue conectar con él debido a sus
excesos. Pese a la potente carga emocional de la historia, esta acaba
quedando relegada a un segundo plano para caer incluso en la comedia
involuntaria, tal y como demostraron los comentarios y risas del
respetable en sus innecesariamente alargadas escenas de diálogo que
cortan totalmente el dinamismo (aunque suene contradictorio al hablar
de un trabajo con un ritmo pausado) que la cinta sí tiene en su
primera mitad. Con ecos a Haneke, Lanthimos e incluso a
Kubrick, Black Hollow Cage destaca por su
apartado visual y sus originales conceptos (la madre perro, el
cubo…), pero pierde fuelle por culpa de sus excesos.
Para cerrar la jornada tocaba otra
dosis de diversión sin pretensiones. Era el turno de la (por lo
menos para nosotros) esperada Tragedy Girls, un fresco
y original teen horror en el que vuelve a salir a la palestra,
tras la premiere el pasado viernes de la catalana Framed,
el concepto de la viralidad en redes sociales y los límites hasta
los que puede llegar. Eso sí: sin absolutamente ningún tipo de
reflexión o lección moral entre líneas, a diferencia del debut de
Marc Martínez-Jordán. Estamos hablando de pura y dura
diversión para (como odio este concepto) millennials que no
es menos disfrutable para otras generaciones. Sus generosas dosis de
casquería con algunas de sus memorables muertes, humor negro a
diestro y siniestro, referencias constantes al cine fantástico tanto
en los diálogos como en la acción y sus elementos paródicos
(¿Quién coño se va a creer que Jack Quaid tiene 17 años?)
la convierten en una apuesta segura para cualquier festival de género
fantástico. Puro palomiteo sangriento.
¡Hasta mañana dominguers!
Óscar Lladó
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