Hay ocasiones en que la etiqueta “de culto” se usa demasiado a
la ligera, la gran mayoría de veces basándose en la antigüedad de
la obra o en su éxito comercial. Bajo mi punto de vista, a una obra
la hacen de culto los misterios y curiosidades que la envolvieron (y
la envuelven). Y hablar de The Last House on Dead End Street
es hablar de una de las películas más oscuras, controvertidas y
rodeadas de misterio de la década de los 70.
El film, que podríamos categorizar como un exploitation
surrealista, narra la historia de Terry Hawkins, un preso que, al
cumplir su condena y salir de la cárcel, planea un modo de vengarse
de la sociedad a la par que de satisfacer sus “necesidades”
artísticas. Y es que Terry es un director frustrado por el poco
éxito de sus películas pornográficas, con lo cual decide comenzar
a secuestrar gente y, para satisfacer “los gustos cada vez más
retorcidos del público”, grabar sus asesinatos.
Publicada originalmente bajo el título The Cuckoo Clocks of
Hell en 1973 con un metraje de tres horas, las malas lenguas
cuentan que hubo revueltas en cines de New York y Chicago durante su
proyección, incluso que en Chicago el cine acabó ardiendo.
Al siguiente año, volvió a ver la luz bajo el título The
Fun House, supuestamente con el mismo metraje que en su estreno,
pero no sería hasta 1977 que se publicaría con el título que todos
conocemos: The Last House on Dead End Street. Interpretar si
esto es un homenaje, un juego de palabras o la intención de
aprovecharse del tirón de la polémica Last House on the Left (La
Última Casa a la Izquierda), opera prima de Wes Craven, ya queda
a elección de cada uno.
Con su estreno de 1977 el metraje de la cinta se redujo a 73
minutos, más de 100 minutos menos que en su estreno de 1973. Esto y
el hecho de que todo el equipo usara pseudónimos comenzó a generar
polémicas y rumores de que la película contenía asesinatos reales.
También corrió el rumor de que una de las actrices denunció al
director por incluir en el montaje de 175 minutos escenas en las que
se muestran sus pechos sin su consentimiento. Sea como sea, el
montaje original es considerado hoy como una película perdida y sus
negativos o se perdieron o se destruyeron.
En una época de tantos cambios y radicalización del arte como
fueron los 60 y los 70, el cine de terror y explotación fue uno de
los más afectados. Como en la película, el público era cada vez
más difícil de satisfacer y, ávido de nuevas experiencias, se
enfrentaba a obras cada vez más explícitas que provocaban el choque
entre los sectores más conservadores de la sociedad y las mentes más
abiertas a nuevas vivencias. A principios de los 70 se acuñó y
popularizó el término snuff movie, generando gran cantidad
de rumores y leyendas urbanas sobre esta clase de filmes, habladurías
que muchos directores aprovecharon para realizar filmes con
apariencia snuff, propiciar el boca a boca y hacer de ello su
campaña de marketing. Bueno, bonito y barato. Y si no que se lo
digan a don Ruggero Deodato, de quien su Holocausto Caníbal aún
sigue rodeado de misterios y rumores más de 3 décadas después de
su estreno.
Los rumores alrededor de The Last House on Dead End Street
circularon durante más de 2 décadas, hasta que en el año 2000
Roger Watkins aseguró ser el director, y también reveló el nombre
de algunos de los miembros del reparto, explicando que la película
fue un proyecto de una serie de estudiantes de teatro del estado de
Nueva York, aportando detalles desconocidos sobre el rodaje (solo 800
de los 3.000 dólares del presupuesto se gastaron en la película,
todo el resto fue para drogas, ya que en aquella época Watkins y sus
compañeros eran adictos a las anfetaminas) y acabando de un plumazo
con los rumores de que la película contenía fragmentos snuff
reales.
La leyenda que la ha rodeado durante tanto tiempo y ese aura de
misterio, además de lo retorcido y pesadillesco del guión, hacen de
The Last House on Dead End Street un clásico básico
para los amantes del cine enfermizo. Técnicamente es muy limitada,
con un tratamiento muy amateur, que hace plantearse a uno si todo
está realizado de forma tan burda para enervar y tensar al
espectador, pero a medida que avanza el film uno se da cuenta de que
está ante una obra con la única pretensión de mostrar la faceta
más oscura y retorcida del ser humano y de llevar al espectador al
límite. Para ello, hay que hacer un esfuerzo y visionarla
trasladándose previamente a la época, ya que obviamente hoy en día
puede parecer hasta algo inocente y carente de escenas realmente
brutales. Nada más lejos de la realidad si uno la ve desde el prisma
adecuado.
No es esa clase de cine que recomendarías
a cualquier persona, pero si no tienes problemas con las producciones
de bajo presupuesto de los 60/70 y lo tuyo es el cine enfermizo y
enervante, vale la pena darle un visionado. Malrollera como pocas de
sus contemporáneas.
Nos volvemos a leer en 15 días. Sed buenos y haced sacrificios
humanos, el planeta os lo agradecerá.
Óscar Lladó
Excelente, necesito verla!
ResponderEliminarExcelente, necesito verla!
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