lunes, 10 de octubre de 2016

Festival de Cine de Sitges 2016 Día 2

Si hay algo que me flipa de Sitges, eso es levantarme a horas intempestivas y conducir hasta allí por la C-31 mientras amanece. Normalmente me encanta regar ese momento mágico con un buen disco, pero unos hijos de puta me robaron la radio hace unas semanas y aún no me he hecho con otra. No todo puede ser perfecto… igual que la parrilla que cada cual se confecciona para el festival. Es prácticamente imposible acertar en todo y casi siempre toca tragarse algo que no acaba de convencernos. Tenía muchas dudas sobre si The Love Witch sería uno de esos títulos, pero tras la recomendación de varias personas decidí animarme a verla, de nuevo en día con una sola proyección.



Todo depende de cómo uno mire el vaso: medio vacío o medio lleno. El Auditori presentaba muchos huecos. Tantos que la zona reservada se liberó al público en general. Pero, aun así, el aforo fue considerable para una sesión de fin de semana a las 8:15. Y es que supongo que muchos tendrían curiosidad por ver el nuevo trabajo, después de casi 10 años, de la norteamericana Anna Biller. Su anterior trabajo Viva generó en mí sentimientos tan sumamente contradictorios que, aún a día de hoy, sigo sin saber si me encantó, la odié o fue un meh en toda regla. El estilo de Biller es sumamente especial, y The Love Witch repite alguno de los parámetros y conceptos que convierten su obra en algo tan “único” en la actualidad, entrecomillado porque parte de esa “originalidad” radica en el homenaje a ciertas estéticas y géneros de tiempos pretéritos. En este caso, si bien repite el cromatismo de Viva, y esa especie de manía obsesiva con los colores vivos, la estética de buena parte de la cinta nos remite al Technicolor de la Hammer, debido a ese tono más cercano al horror que tiene la cinta protagonizada por la bella Samantha Robinson, aunque a la vez las escenas más luminosas bien nos podrían remitir a comedias y dramas de la época, como esas barrocas escenas en la tetería repleta de tonos pastel. Suma puntos al apartado técnico el hecho de estar íntegra y maravillosamente rodada en 35mm.


Otro elemento propio del cine de Biller que sigue estando presente en este nuevo trabajo es ese feminismo narcisista que caracteriza a algunos de sus personajes, en este caso jugando con las contradicciones a través del personaje de Elaine y su vecina Trish, y haciendo poco a poco una deconstrucción y una desmitificación del amor romántico de forma muy simbólica y metafórica. Además de ridiculizar el romanticismo de cuentos de hadas (esa última escena tan kitsch sin nada de música para mostrar lo ridícula que es me dejó totalmente fascinado), desmonta la idea del príncipe azul, entre otros muchos conceptos de esos que genera una infancia con demasiadas cintas de Disney. Empodera a la mujer, pero no de forma gratuita, no bajo ese discurso de género vacío que tanto se escucha en estos tiempos que corren, si no defendiendo que ese empoderamiento no puede llegar hasta que una esté totalmente libre de convencionalidades y dogmas, sean del extremo que sean. La verdadera libertad de cada mujer reside en respetar su propia naturaleza y actuar según ella, sea ésta cual sea. O por lo menos así interpreté yo ciertas escenas. Y por eso creo que mucha gente no acaba de ver el mensaje feminista de la cinta, ya que ese feminismo no coincide con ciertos dogmas del feminismo del siglo XXI.

Pero no solo las mujeres encontrarán cierta profundidad y mensaje en la película, si no que Biller ha sido capaz de desarrollar personajes y situaciones que llevan también a los hombres a realizarse preguntas y reflexiones constantemente. A un servidor le llevó, a momentos (breves, por suerte), a pensar que está hecho un retrógrado de categoría superior. Nuestra política de no spoilear hace que no pueda decir nada más, pero The Love Witch esconde ideas y reflexiones para todos y todas. Esconde, tras una aparente sencillez y cierta inocencia, un mensaje potente acerca de las relaciones humanas y cómo las enfocamos según el tipo de persona que somos.




¡Valió la pena el madrugón! Por eso, y por conocernos en persona por fin con el gran Alex de Horrorvision Magazine, un tío grande como pocos.


Ya sabéis… ¡QUE NO PARE LA FIESTA!



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