“No le toques los cojones a un
tío grandullón
O van a hacer carpaccio con tu
culo.”
Carmen Sevilla
Si es que ya lo dijo Carmen Sevilla… una sabia. Te crees que el
mundo es tuyo y que tus actos no van a tener consecuencias… hasta
que te topas con el tipo equivocado. Y si eres un traficante de poca
monta de los suburbios de París, chulo y egoísta hasta decir basta,
tienes todos los números de que tarde o temprano alguien te ponga en
tu sitio.
Night Fare es una propuesta del realizador francés
Julien Seri que remite, por su ritmo y tipo de acción, a
otros títulos franceses como Dobermann o La
Horde, obviamente cada una en su estilo. Violencia a raudales
y un ritmo frenético es la forma rápida de definir este tren de
alta velocidad hecho película.
Cuando el inglés Chris vuelve a París después de un tiempo
fuera, se encuentra con que su expareja y el que fuera su mejor amigo
Luc están juntos lo cual, como podéis imaginaros, proporcionará el
drama a la historia mientras se pasan el test de Bechdel por el
forro. Pero vaya… nada nuevo bajo el sol. A todo esto, deciden
salir de fiesta para ponerse al día y para ponerse ellos también.
Deciden coger un taxi de vuelta a los suburbios y marcharse corriendo
sin pagar. Pensaban irse de rositas, pero jodieron al tipo
equivocado. Mientras el taxímetro siga corriendo, el misterioso,
musculado, tatuado y aparentemente perturbado taxista perseguirá
incansablemente su objetivo sin importar quién se le ponga delante:
cobrar la carrera, sea como sea.
Con un divertidísimo e inesperado plot twist final, los
poco más de 70 minutos de Night Fare pasan en un abrir
y cerrar de ojos. Pura diversión palomitera apta para todo tipo de
público que lleva a pensar eso de que si fuera americana y realizada
en los 80, sería hoy de culto. Desde luego cuenta con todos los
ingredientes: puro divertimento sin pretensiones, ritmo trepidante,
sus toques de inverosimilitud (no olvidemos que estamos ante una
película de cine fantástico, al fin y al cabo) y un villano
imparable e incansable.
Cada vez estoy más convencido de que el cine debe ser crudo,
corto y directo. Todo lo que esté por debajo de los 90 minutos y no
necesite estirar innecesariamente su trama es más que bienvenido a
atravesar mis retinas y llegar a mi cerebro. Comienza uno a cansarse
de este complejo de “pelis chicle” que se estiran y estiran hasta
que peta la burbuja y acaba sobrando media hora de metraje. ¡Al
grano, hostiaputayá!
Y ya sabéis, ahora que llega verano nada de bañarse en la playa…
¡A bañarse en sangre! Bathory style.
HAIL SEITAN!
Óscar Lladó