domingo, 15 de julio de 2018

BAÑO DE SANGRE VOL. XXXIX: “MACABRO”


En un par de meses, gracias al festival B-Retina (en Cornellà de Llobregat, Barcelona), tendremos la oportunidad de degustar en pantalla grande uno de los hitos del terror italiano (¡Y mundial!), la gloriosa Demons, con la presencia del gran Lamberto Bava. Sin duda, una experiencia que cualquier fan del género debería marcar con sangre en su calendario. No todos los días se tiene la oportunidad de ver al realizador y poder preguntarle lo que se nos pase por la cabeza. Porque con tan variopinta filmografía, Bava Jr. cuenta con vivencias y conocimientos suficientes como para escucharle hablar durante horas.
En este trigésimo noveno Baño de Sangre, he querido dedicar una reseña a su ópera prima, la retorcida y muy infravalorada Macabro. Sus primeros minutos ya nos dan una pista de los derroteros que seguirá la cinta. Jane, interpretada por Bernice Stegers, a quien posteriormente veríamos en la marciana (en todos los sentidos) Xtro, es una madre de familia que está viviendo un affaire extramatrimonial. Durante una de sus escapadas antiestrés, su hija pequeña se venga de ella matando a su hermano menor. Ante el coitus interruptus propiciado por la llamada que le avisa de la tragedia, Jane se marcha junto a su amante, pisando demasiado el acelerador y sufriendo un accidente que también acaba en tragedia, perdiendo a su fuente de gozo y placer, decapitado en el siniestro.


Intuimos durante este tramo inicial que no estamos ante un giallo (aunque hay ciertos recursos estilísticos que beben inevitablemente del género) ni ante una cinta de terror, ni tampoco estamos ante un clásico drama familiar. O quizás estemos ante las tres cosas a la vez. Sea como sea, el núcleo de la trama es de un fuerte componente psicológico, lo cual lo diferencia inmediatamente de prácticamente la totalidad de sus trabajos de género, principalmente “accesibles” y de “visionado sencillo”, en el sentido de que son meros divertimentos que si acaso esconden una ligera crítica social, pero no se caracterizan por su profundidad. Y esto no es algo malo, en absoluto.  


La mayor parte del metraje ocurre un año después de la funesta jornada, cuando Jane sale del hospital psiquiátrico donde ha estado encerrada para recuperarse de lo ocurrido y se queda a vivir en la casa donde se encontraba con su amado, en la cual solo resta el entrañable Robert (Stanko Molnar), ajeno a la grotesca realidad que se le viene encima gracias a su ceguera. Y es que todas las noches oye a Jane gemir en su habitación, dudando entre la posibilidad de que dedique a sí misma largas sesiones de autoplacer o de que su fallecido amante le visite cada noche desde el más allá. Cocida a fuego lento, la atmósfera se va enrareciendo escena a escena para desembocar en un tramo final que, si bien resulta previsible en cierto modo (y la mayoría de la cartelería de sus diversas ediciones no ayuda demasiado a mantener el misterio), no evita su efecto chocante por la crudeza y violencia con que se lleva a cabo.

En el apartado técnico cabe destacar, además de la composición de algunos de sus planos (si bien se abusa en demasía de ese recurso tan del cine italiano como es el uso de espejos), el diseño de producción en cuanto a la casa que se desarrolla la acción, convirtiéndola prácticamente en otro personaje más. No solo por su aspecto, si no por su distribución (el ascenso hasta el terreno prohibido y misterioso). Una obra maestra en sí misma que ayuda a engrandecer al personaje de Molnar, convirtiendo su espacio de confianza, su zona segura, en un festín descarnado de placer y violencia que devora su aparente paz.


Por estas fechas se cumple el aniversario del estreno de Funny Games de Michael Haneke, de su versión estadounidense para ser más exactos. Una versión prácticamente calcada a la europea. Y estoy seguro de que no soy el único que pensará a menudo “¿y qué pasaría si Lamberto Bava (él y nadie más) rodara una nueva versión de su debut direccional con los medios y recursos actuales?”. No caerá esa breva, pero oigan, que bonito es soñar.

Óscar Lladó

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